Los perros tienen una obsesión incomprensible por revolcarse en sustancias que huelen mal. Puede ser que sea parte de una forma de comunicación entre los animales que apenas estamos empezando a entender.
Eso es lo que le pasaba al investigador Simon Gadbois cada vez que llevaba a su border collie Zyla a sus viajes de estudios.
Mientras él analizaba a los animales salvajes en Nueva Escocia, en Canadá, su perra Zyla de repente se paraba, pegaba el hocico al suelo y, antes de que Gadbois pudiera hacer algo, se revolcaba entusiasmada en la tierra hasta que el olor lo dominaba todo.
«En caso de que nunca hayas olido caca de castor antes, es horrible, realmente asqueroso y se siente durante varias semanas», dice Gadbois.
Gadbois, dedicado al estudio del comportamiento animal de los lobos, zorros y coyotes salvajes en Canadá, había entrenado a Zyla para que lo ayudara a encontrar a los animales. Pero por alguna extraña razón, su perra también disfrutaba de revolcarse en excrementos de castor.